Curiosidades del efemérides argentino. Mañana, 5 de octubre, se celebra lo que desde 1925 conocemos como "Día del Camino". Pergeñado para revalorizar la importancia del transporte terrestre, imaginado como enlace entre pueblos y entre estos y los puertos, con el fin último de exportar nuestras materias primas a precio de jolgorio para los dueños de la tierra, hoy, pobre "Día", anda un poco minimizado, subestimado. Cuando salió a luchar contra el tren, todavía el tren rodaba nacionalmente y conectaba a los argentinos componentes del mercado interno. Finalmente lo venció en forma artera, no sin miles de lobbies que, entre otros, incluyeron aquel emblemático "ramal que para, ramal que cierra". Y entonces el camino, con pies extraños, debió animarse de a poco, y más allá de la fiereza con que los favorecidos por el ripio transformado en asfalto trataron a quienes fatigaban sus vías para menesteres menos rentables que la devolución dolarizada del producto de la madre naturaleza para quienes no lo trabajan, sino que la exprimen.
Este sábado muchos caminos comienzan a albergar una nueva protesta de la patronal agropecuaria, defensora de sus propios privilegios en contraposición a los del país, como si vivieran en otro planeta. Y están nuevamente a la vera de los caminos, que los miran ahora con más recelo, después del enorme perjuicio causado (con la no querida complicidad del propio asfalto) durante los cuatro meses en que la dignidad de la Nación fue vapuleada por nazis confesos como Biolcati, oligarcas de linaje como Miguens, voraces toma-todo como Llambías, idiotas inútiles como Buzzi e idiotas útiles como el gaucho De Angeli.
Los caminos son los mismos. Los que transitan-transitamos por ellos, también. Sólo el destino que nos proponemos es hoy diferente. Decía Víctor Sonego en su extraordinario libro "Las dos Argentinas", algo así como el cuento de Borges "El jardín de los senderos que se bifurcan", pero escrito con otro tono, otro objetivo y otra potencia, que siempre hubo, hay y habrá dos Argentinas. La una: liberal, antipopular, laica y anglosajona. La otra: nacional, popular, cristiana e indohispánica.
El conflicto con los capangas camperos tiene mucho de eso. Sólo que ellos echaron mano a un elemento que debiera revistar en las filas de los contrarios. Se anudan la bandera al cuello, recurren al folclore y al acento de las poblaciones provinciales. Nada más ridículo que un liberal-gorila sacudiendo una bandera argentina al borde de un camino. O una señora de Recoleta maltratando otra en la esquina de Santa Fe y Callao. Pero se han apropiado de los símbolos. Y hasta hace poco, también de los caminos. Que se han hecho para andar, no para recular y retrotraer, los verbos que gustan a los conservadores, y hoy parece que también a enormes legiones de ladriprogresistas de izquierdas, asustados en sus cubiles universitarios o en la niebla de la estupidez que supura la pantalla.
"Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca, se ha de volver a pisar" (poeta dixit). La argentina nacional y popular ha recorrido un largo camino, con sus baches y sinuosidades, con sus dudas y sus atajos. Pero siempre con el objetivo claro de despejar el horizonte, y en este caso los obstáculos diseminados por esos caminos, los mismos que alguna vez provocaron la caída de Salvador Allende, cruzados en las rutas como barreras infranqueables al progreso íntegro y al recorrido compartido. Hoy están a la vera, al costado, con menos apoyo mediático, pero envalentonados por aquel voto no positivo del vice de la no decencia, aunque pragmático para despejar su propio camino político, que -si hubiera un tribunal vial irrefutable- debiera conducir al cementerio del ridículo.
La Argentina ha elegido para este tiempo un camino que no es alternativo, es el original (con los errores que la brújula y los guías nos deparen). El camino increíble de circular sin muletas, sin mostrar más documentos que el origen, sin permitir que nos enchastren las rutas con leche derramada, con perversidad declamada, con bandera basureada.
Es, nuevamente, el viejo camino nacional frente al callejón sin salida del liberalismo, cuyos sostenedores podrían estar celebrando esta tarde de primavera, acaso únicamente un nuevo incremento en el precio del peaje, ese artilugio ganancial destinado al latrocinio de cuatro vivos y a la desaceleración de los que viajan sobre la idea del camino. Pero las carreteras (también los pasadizos y los puentes) vuelven a ofrecérsenos dispuestos a que arranquemos, así nomás, con la fuerza y la convicción con que se cuente. Que nos pongamos en camino, una vez más. Como aquella vez (pronto se cumplirán 63 años), cuando un ejéricito irregular de overoles y alpargatas comenzaron en Berisso y Ensenada la marcha definitivia hacia la dignidad, de la que -gracias a Dios- jamás regresaron, talvez por que se trataba de un camino sin retorno. Sobre ese suelo, sobre esa base irrebatible, entonces: en camino.
Podría haber sido Tigregatica, porque a él le hubiese gustado más. Pero el apelativo de Mono lo definió por las buenas y por las malas, que son las que quiero incluir en este blog. Las buenas y las malas de antes y de ahora. Las mías y las ajenas. Las de nuestro país y las del mundo. Las que nos permiten vivir y las que nos obligan a hacerlo. En Dios creo, y en algunas personas (muertas y vivas) también. No demasiadas. Pero suficientes. Todos los demás, que paguen al contado.
sábado, 4 de octubre de 2008
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