Nunca me gustó el Sandro rockero porque no me gusta el rock. Ni el de hoy, ni el de ayer. Obviamente, tampoco le reconozco méritos cinematográficos.
Pero Sandro es hasta ahora el más grande cantante melódico nacido en la Argentina y uno de los más grandes de Latinoamérica. Y es ahí donde me gustó siempre, desde los años 60, cuando compartía cartel con enormes del extranjero, montado en su fervorosa esencia y su sentido profundamente popular, en los tiempos en que el tango se replegó para esperar la revancha.
Además, superó la categoría que supone la fama, para ingresar en la del prestigio, tras una carrera artística de casi medio siglo. Y eso lo hace mejor aún, especialmente porque jamás frecuentó la farándula o el chismerío. Y defendió con los dientes su vida privada.
De su final no hay más para agregar. Luchó y luchó hasta donde pudo.
Del día siguiente, sí puedo decir alguna cosa.
Perdí algo que guardaba, entre nostálgico y orgulloso: una parte de la adolescencia y otra de la juventud.
Una forma de respirar, valga la paradoja, que ya no se repetirá.
El aire está triste.
EL EXAMEN REFRACTIVO Y LA SUBJETIVIDAD
Hace 9 meses.