Podría haber sido Tigregatica, porque a él le hubiese gustado más. Pero el apelativo de Mono lo definió por las buenas y por las malas, que son las que quiero incluir en este blog. Las buenas y las malas de antes y de ahora. Las mías y las ajenas. Las de nuestro país y las del mundo. Las que nos permiten vivir y las que nos obligan a hacerlo. En Dios creo, y en algunas personas (muertas y vivas) también. No demasiadas. Pero suficientes. Todos los demás, que paguen al contado.

lunes, 24 de marzo de 2008

VACAS O GORILAS

Ahora se llama "el campo", lo que antes se denominaba Oligarquía Ganadera. Si bien los miembros de la Federación Agraria, (no así los de la Sociedad Rural, Carbap o Coninagro) pueden reclamar cierta consideración como la pata pequeño-burguesa del sector, no es menos auténtico que juegan en su mismo equipo, hablan su mismo idioma y aspiran a ser como los dueños de la pelota en este deporte de explotar la tierra, que la mayoría nunca compró, esto es, viven desde antaño de arriba con lo que crece abajo, gracias a los buenos servicios de la Expedición al Desierto en el siglo 19, cuando el insigne general Julio A.Roca despojó de sus tierras a los aborígenes para repartirlas entre 400 familias que todavía nos revientan los cojones diciendo que son gente de campo, el motor del país agropecuario que somos (porque ellos no quisieron que fuéramos otra cosa) y otras estupideces afines que se pueden leer todavía en cualquier libro de historia nacional infectada con el virus de los ganadores de Caseros en 1852. Un país rico para pocos. Ahora siguen siendo pocos pero se hacen oír, obviamente porque la prensa vendida (toda) les hace de comparsa y hasta les festeja que se conviertan en piqueteros con camionetas de cien mil dólares. Nadie dice que impiden el tránsito a "la buena gente que quiere ir a trabajar", eso es para los piqueteros de cuarta, o sea, muchos de los excluídos por "gente del campo" como esta banda de vendepatrias escudados con botas y pañuelos de gaucho, con rastra y (si los dejan) también con boleadoras, para demostrar que conocen el olor de la bosta, como cuando desfilan en la Rural ante el aplauso de sus propios parientes terratenientes de la Recoleta. Esta buena gente ganó, gana y -esperemos que no gane alguna vez- más que ningún sector en la Argentina. Con o sin retenciones. Siempre ganan. Y entonces son campeones. De la indignidad, se entiende, porque cómo se calificaría a personas que en el tiempo en que vivimos son capaces de TIRAR AL RÍO UNA CAMIONADA DE PAPAS o de HACER RODAR HACIA LA BANQUINA TRES TONELADAS DE NARANJAS. Pudo vérselos por televisión muy conformes con esa contribución inapreciable para los millones que mueren de hambre en el mundo entero. Lo hicieron en Semana Santa, en el colmo de la blasfemia. Y dirán después que son cristianos. También dirán que son la grandeza del país, pero mantienen en negro al 40 por ciento de sus empleados (el millón 300 mil que realmente se embarra las alpargatas). Si para muestra basta un click de la historia, recordamos que a comienzos de 1946, al asumir Juan Domingo Perón su primera presidencia (tras aplastar en las urnas a los oligarcas y favorecedores locales y foráneos) su primera medida de gobierno fue aumentar en un porcentaje sideral el salario del peón rural, que era en ese momento el último orejón en el tarro del país ganadero, gobernado por lo que ahora denominan "el campo", una sarta de delincuentes que no sabe ni de qué color es el pasto, y a quienes ahora -cuando pretenden desabastecer de carne a la población- habría que aplicarles el efecto de aquel viejo graffitti provinciano de los '50: COMEREMOS VACAS O COMEREMOS GORILAS.