Podría haber sido Tigregatica, porque a él le hubiese gustado más. Pero el apelativo de Mono lo definió por las buenas y por las malas, que son las que quiero incluir en este blog. Las buenas y las malas de antes y de ahora. Las mías y las ajenas. Las de nuestro país y las del mundo. Las que nos permiten vivir y las que nos obligan a hacerlo. En Dios creo, y en algunas personas (muertas y vivas) también. No demasiadas. Pero suficientes. Todos los demás, que paguen al contado.

miércoles, 31 de octubre de 2007

GRANDEZAS Y REBAÑOS

Hace hoy exactamente tres años estaba en Montevideo. Aquel domingo en que el Frente Amplio uruguayo llegó al gobierno nacional después de 33 años de lucha. Tabaré Vázquez necesitaba el 50 por ciento de los votos para evitar un ballotage que le podía ser desfavorable como en una ocasión anterior. El Partido Colorado y el Blanco tendrían otra vez la llave para impedirle una vez más el acceso al poder uniendo sus ideologías liberales y atrasadas en pos de mantener al país en el siglo XIX. El acto eleccionario tenía sólo dos contrincantes fuertes: el propio Tabaré y el caudillo blanco Jorge Larrañaga. Y los votos se contaron minuciosa y escrupulosamente. Tanto a tanto. Cuando el boca de urna entró en acción, Vázquez llevaba una mínima ventaja, que mantuvo hasta tres horas después de iniciada la información con datos oficiales. Yo había viajado a Montevideo con mis tres amigos uruguayos frenteamplistas y participé "de afuera" en la vibrante jornada democrática. Aproximadamente a las 22, seguía congelado frente a un televisor en la terminal de ómnibus de Tres Cruces. En el ángulo inferior derecho del aparato, el cómputo mostraba a Tabaré con un 50.4 por ciento de los votos, mucho menos que un punto de ventaja, y con un 20 por ciento de las mesas por escrutarse. En ese momento, emergió inesperadamente ante todo el país, por cadena nacional, la imagen de Larrañaga. Y a continuación sus breves palabras reconociendo el triunfo de su rival, la propia derrota blanca y el fin de un período político bipartidista iniciado 170 años antes. Su gesto seguro, su mano tendida y su felicitación quedó grabada en mi memoria. Y reapareció el lunes pasado en Buenos Aires, cerca de la una de la madrugada. Una señora perdía la elección presidencial por 25 puntos frente a un rival que redondeaba el 44 por ciento de los votos y sólo necesitaba el 40 para ganar sin ballotage. La señora, muy enojada, y dirigiéndose a su electorado, prestado por los dueños del dinero y por la clase media más reaccionaria de América Latina, dijo que no aceptaría ningún resultado hasta que... los diarios estuvieran en la calle. Esos diarios, que la habían apoyado en forma casi masiva durante toda la campaña, no la esperaron pero se sometieron a su falta de grandeza, a su rastrera modalidad de hacer política cuando los sufragios no alcanzan. Esa señora, pintada para una guerra que no supo librar con armas nobles, parece haberse convertido (o eso cree) en la líder de una multitud minoritaria de pequeñosburgueses llenos del odio que les transmitieron sus padres y la escuela durante años y años de decadencia argentina. La portavoz de la subestimación y el desprecio hacia las clases populares. El domingo contó con el voto de ese rebaño de imbéciles que tres meses antes había elegido a un sospechoso empresario en un comicio para intendente, un rebaño que no quiso escuchar cuando ella misma calificó de "inmoral" al candidato, y entonces optó por transferir su propia inmoralidad para perder en el cuarto oscuro. Esa señora y ese señor, son los representantes actuales más fieles y acabados de la ideología antinacional, liberal, entreguista y colonial que -salvo honrosas excepciones- gobierna nuestro país desde 1853. Algo parecido a los colorados y blancos uruguayos, aunque sin el mínimo de dignidad que hace hoy tres años ofreció desde el televisor la voz de un político equivocado, pero decente.

martes, 16 de octubre de 2007

EL DÍA EN QUE LOS SERES FUERON HUMANOS

"Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que marchaba hacia la Plaza de Mayo. Ví, reconocí y amé a los miles que la integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina invisible que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar a sus millones de caras concretas. Y no bien las conocieron, les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista. Decidí entonces, con mis hechos y mis palabras, declarar públicamente mi adhesión al movimiento, y respaldarla con mi prestigio intelectual, que ya era mucho en el país. Eso me valió el repudio de los intelectuales que no lo hicieron, y que declaron finalmente mi proscripción intelectual".
La inquisición liberal instaurada por la denominada "revolución libertadora" de 1955 condenó durante décadas al autor del párrafo anterior, Leopoldo Marechal, uno de los mejores escritores argentinos del siglo XX, culpable de adherir al peronismo desde aquel lejano día del recuerdo, el 17 de octubre de 1945. Acaso (¿y por qué no?) el día más importante en la vida argentina, junto con el 25 de mayo de 1810 y el 9 de julio de 1816: el día en que millones de compatriotas, seres de carne y hueso, se convirtieron finalmente en humanos, a los ojos de otros argentinos que los habían ignorado hasta ese momento, y que desde ese momento los odiarían con el rencor más cruel y desalmado que registra la historia de nuestro país. Ese día, nacería también, la última e inacabable etapa de la clásica antinomia que ha acompañado el devenir del país: pensamiento liberal vs. pensamiento nacional.
El último tramo en que los nacionales gobernaron en la Argentina remite al decenio 1945-55 (con un breve sobrevuelo entre 1973 y 1974). De esos años podemos recordar, por ejemplo: que los trabajadores accedieron al 50 por ciento de la riqueza producida en nuestras tierras, un número que no alcanzó ningún país del mundo desde la post-guerra; que se organizaron en sindicatos fuertes y obtuvieron cientos de conquistas sociales y laborales, más avanzadas que en Europa y que en todos los países de Latinoamérica. Cientos de miles de marginados accedieron a la alimentación completa, a la salud y a la educación, y finalmente pudieron criar hijos que los superarían en posibilidades hasta conformar una enorme clase media que -lamentablemente- terminaría traicionando a Juan y a Eva Perón, sus hacedores en materia de movilidad social inédita y nunca agradecida, aunque sí aprovechada. El país siguió siendo el granero del mundo pero se industrializó en todos los niveles, hasta en la construcción de aviones; la Argentina rompió con el Fondo Monetario y no tenía deuda externa el 16 de setiembre de 1955, el día del derrocamiento de un gobierno que había surgido de las urnas en 1946, revalidado en 1951 sin proscripciones ni fraudes. Ese gobierno que había instaurado en 1949 la Constitución más progresista de América Latina, con plenos derechos para todos sus habitantes, voto femenino, divorcio vincular, libertad de cátedra y uso de la tierra con fines sociales y solidarios. Cientos de hospitales, miles de kilómetros de rutas, plantas petroquímicas, cobertura previsional total. La política puesta en función del bienestar de TODOS los habitantes. Pero el odio pudo más. La Armada bombardeó la Plaza de Mayo con diez kilos de toneladas de explosivos y mató a 300 inocentes, protagonizando otro hecho inédito en la historia: fuerzas armadas de un país asesinando a sus propios compatriotas. Nadie dio la cara, nadie fue juzgado, nadie fue preso. Sólo silencio y oprobio. Y una enorme magnificación de los hechos de la resistencia, entre ellos la desesperada quema de algunas iglesias, como represalia desmedida a la actuación de la cúpula católica al frente de los golpistas, que tres meses después erigirían en el país una nueva dictadura, apoyada también por la oligarquía, la clase media, los intelectuales, los partidos "democráticos" conservadores, radical, socialista y comunista, todos con la bendición de aquella cúpula y el obvio patrocinio de la embajada de los Estados Unidos, es decir, todos aquellos derrotados por Perón cuando conformaron la denominada Unión Democrática en 1946. No habían aprendido nada. Sólo los movía el odio de clase y la ignorancia.
Hubo también fusilamientos, torturas y asesinatos jamás esclarecidos; persecución de delegados sindicales, obreros y militantes de base. Sin juicio, sin culpables. Sólo silencio y oprobio.
El decreto 4161 del 5 de marzo de 1956 pretendió prohibir al peronismo en todas sus formas y expresiones. "Se considerará -decía en uno de sus artículos- especialmente violatoria de esta disposición la utilización de la fotografía, retrato o escultura de los funcionarios peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronistas, el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones "peronismo", "peronista", "justicialismo", "justicialista", "tercera posición", la abreviatura PP, las composiciones musicales "Marcha de los Muchachos Peronistas" y "Evita Capitana", los discursos del presidente depuesto y de su esposa, las fechas exaltadas por el régimen depuesto".
Una de esas fechas es el 17 de octubre. Mañana, en otro aniversario, recordaremos cómo los "libertadores" destruyeron hospitales y comedores infantiles, bibliotecas, centro de capacitación, escuelas artesanales. Todo para nada. Dieciocho años depués, Perón estaría nuevamente en el poder mediante el voto popular, única herramienta que utilizó para legitimar su poder y para consolidar el más estrecho vínculo que gobernante alguno haya tenido jamás con el pueblo de estas tierras.
Marechal también le escribió a ese 17 que vivió de cerca y recordó por siempre. Este soneto del autor de "Adán Buenosayres" evoca con nostalgia aquella gesta. Quien quiera oir, que oiga.

Era el pueblo de Mayo quien sufría,
no ya el rigor de un odio forastero,
sino la vergonzoza tiranía
del olvido, la incuria y el dinero.

El mismo pueblo que ganara un día
su libertad al filo del acero
tanteaba el porvenir, y en su agonía
le hablaban sólo el Río y el Pampero.

De pronto alzó la frente y se hizo rayo
(¡ era en octubre y parecía mayo ! ),
y conquistó sus nuevas primaveras.

El mismo pueblo fue, y otra victoria.
Y, como ayer, enamoró a la Gloria,
¡ Y Juan y Eva Perón fueron banderas !

sábado, 6 de octubre de 2007

DESDE LA HISTÓRICA ALTURA

La melena y la barba oscura, los ojos y la expresión. El poder del símbolo es infinito. La imagen del hombre desnudo de tiempo, yacente y al natural, también lo es. Hemos conocido en distintos países a no pocos jóvenes que ignoran la historia de Jesucristo pero lucen un crucifijo pendiendo de sus cuellos. Jóvenes que suelen provenir de familias no creyentes o practicantes de otras religiones ¿Qué les fascina de la presencia del Cristo en la cruz? ¿Qué les lleva a plantarse en el pecho esa imagen que a escala representa el sufrimiento esculpido en la cara de un hombre? Es difícil contestar a los interrogantes. También resulta complicado lanzar una hipótesis concreta sobre la multiplicación del último rostro de Ernesto Guevara fotografiado en su lecho de muerte en La Higuera hace cuarenta años (el 9 de octubre). Ese símbolo -que también puede rezumar pena, hondura y poesía- es el mismo que millares de jóvenes de todas las razas, credos y nacionalidades reproducen sin pausa, sin rubor (¡hasta los estadounidenses!) y con singular persistencia en sus cuerpos tatuados, en sus coloridas remeras, en los posters que tapizan sus habitaciones. Allí, acaso algunas noches, sueñen despiertos con el hombre a secas, el hombre puro, despojado, noble, casi desnudo, digno y dignificado. Muchos pechos y muchos muros albergan simultáneamente los dos símbolos, las dos imágenes, similares preguntas y tal vez una coincidencia: la emoción de sentirse protegidos, pequeños y gigantes -en la lágrima o en la oración- al apagar la luz de toda incertidumbre con la confianza de poder encenderla nuevamente en el utópico milagro de cada amanecer. Con perdón de Freud y de la Santa Iglesia. Amén. (Del libro "Escenarios", de Enrique Martín).