Podría haber sido Tigregatica, porque a él le hubiese gustado más. Pero el apelativo de Mono lo definió por las buenas y por las malas, que son las que quiero incluir en este blog. Las buenas y las malas de antes y de ahora. Las mías y las ajenas. Las de nuestro país y las del mundo. Las que nos permiten vivir y las que nos obligan a hacerlo. En Dios creo, y en algunas personas (muertas y vivas) también. No demasiadas. Pero suficientes. Todos los demás, que paguen al contado.

viernes, 2 de noviembre de 2007

LADRIDOS A LA LUNA

Mi sobrino Mariano preguntó a los cinco años si los chicos muertos jugaban a la pelota con la Luna. Talvez sí, pensé. Yo tenía cuatro cuando quise saber quién era Laika, cuyo nombre bailaba de boca en boca de familiares y vecinos en aquella lejana primavera de 1957. Hace medio siglo, me dijeron que Laika, la perrita del satélite soviético "ya estaba fuera de este mundo, pero seguía con vida". Talvez no, pensé, en mi primera sospecha relacionada con la objetividad de la prensa. Ha pasado mucho tiempo, y la carrera por la conquista del espacio, librada entre insensibles/estúpidos estadounidenses e insensibles/estúpidos ahora ex comunistas, ha aportado muy poco bienestar a la humanidad, a un costo sideral digno de mejores causas, sin duda. El Sputnik I había viajado hacia el infinito un mes antes de aquella pregunta infantil en pleno barrio Cafferata, a la luz de un lánguido farolito callejero, encendido también al cohete, a la seis de la tarde porteña y primaveral. Habría después Apolos y alunizajes; accidentes, muertos y despilfarro, pero ningún ganador como para descorchar sidra en homenaje a un mejoramiento en las condiciones de vida aquí abajo. La ceguera de los imperios sólo ha generado sangre y luto, injusticias y depredación. Todavía hoy serruchan diariamente el árbol de la vida, especialmente la de los más desprotegidos. Tienen licencia para contaminar, para mentir y para matar. No les importa nada más que el lucro. No tienen ideales sino intereses, no tienen amigos sino socios de ocasión. Les importa únicamente la libertad del zorro en el gallinero y se cuidan mucho de mencionar la palabra Justicia. Mañana, 3 de noviembre, se cumplirá medio siglo de aquella incalificable decisión modernista, la de jugar con la vida de una criatura, un ser vivo al fin, indefenso, vulnerable, incapaz de entender ni de justificar, condenado a un sufrimiento cuya magnitud jamás conoceremos. Acaso su alma esté hoy todavía orbitando sobre un mundo incomprensible, ajeno y presuntuoso. O quizás Laika esté ahora más cerca de Dios ladrándole a la Luna, y a una banda de delincuentes con carnet que nunca merecerán el olvido de los hombres bien nacidos, ni la paz de los sepulcros. Y lo más importante: No tendrán jamás el perdón de los perros.

ARROZ TIBIO

Paul Tibbets falleció ayer a los 92 años en su casa de Columbus, Ohio, Estados Unidos. El hombre tenía 30 cuando piloteó el avión B-29 (bautizado por él mismo como "Enola Gay", en homenaje a su madre). Esa aeronave lanzó la bomba de plutonio que destruyó por completo la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de 1945 y mató instantáneamente a más de 85.000 personas. Otras decenas de miles morirían con el correr de los años por los efectos devastadores de ese ataque, el más cruel, abyecto e inmoral, lanzado contra civiles a lo largo de la historia de la humanidad. Por su frialdad, premeditación y mayúscula alevosía.//
......................................................................................................................................
Paul Tibbets. Todas las historias que no fueron caben en tu nombre. Una vida sin fe y otra consagrada. Una bolsa con juguetes y un cabello lacio adolescente, cepillado frente al espejo que devuelve certeza y movimiento. Las oportunidades perdidas y el aliento recobrado tras el breve asalto de la timidez. Las campanas de bronce llamando a sosiego, a la dicha, a la hora de tomar el tiempo por el cuello. Un camino sinuoso y bifurcado, plagado de verdes y de dudas. El color del azar brillando loco, imprevisto, efímero. Las caderas y los ojos. La mariposa del amor en el estómago. La paciencia y el fruto del esfuerzo. El arroz tibio y las sonrisas. Un mundo mecánico y altivo. La velocidad del tren, de la imagen, del viaje compartido. La quietud de las flores enlazadas y el severo sable terminal. El dolor, el odio, la sangre y el olvido. El miedo y el asombro, el retrato y el orgasmo, el agua fluyendo. La eternidad del cielo, del aire y de la luz, el fuego del sol, y hasta la muerte vital que nos robaste, Paul Tibbets, adonde quiera que estés, ahora, hoy, que sea lejos.