Podría haber sido Tigregatica, porque a él le hubiese gustado más. Pero el apelativo de Mono lo definió por las buenas y por las malas, que son las que quiero incluir en este blog. Las buenas y las malas de antes y de ahora. Las mías y las ajenas. Las de nuestro país y las del mundo. Las que nos permiten vivir y las que nos obligan a hacerlo. En Dios creo, y en algunas personas (muertas y vivas) también. No demasiadas. Pero suficientes. Todos los demás, que paguen al contado.

sábado, 14 de marzo de 2009

TUVIMOS UNA CONSTITUCIÓN EN SERIO

La Argentina contó durante algo más de seis años con la Constitución más moderna y progresista de Latinoamérica, e inclusive de muchos países de Europa. Esa Carta Magna, de cuya promulgación se cumplirán 60 años pasado mañana lunes estaba inspirada en los tres principios fundamentales de la doctrina justicialista: INDEPENDENCIA ECONÓMICA, JUSTICIA SOCIAL Y SOBERANÍA POLÍTICA, con un fuerte sesgo hacia la distribución equitativa de la riqueza, la protección del patrimonio y de la producción nacionales, y las relaciones exteriores absolutamente desligadas de los imperios de turno.

Esa Constitución contenía en su seno la facultad del DIVORCIO VINCULAR, que luego algunos pillos (35 años después) le adjudicaron como logro original legislativo a la mano de otro partido. La presencia de la norma no se consideró un insulto contra el cristianismo, pese a que aquella Carta Magna también se inspiró en los axiomas sociales compartidos por el Vaticano.

Esa Constitución incluía en su seno la legislación laboral más avanzada del continente (y de muchos países de Europa) y estaba destinada a emparejar hacia arriba, con pisos y techos que, lejos de perdudicar a sectores determinados, redundaban en un beneficio sustancial para la Nación en sí misma.

Mostraba un fuerte acento de respaldo a los trabajadores; la exigencia de un compromiso de los dueños del “campo” para que se explotara la tierra en forma productiva pero no en beneficio sólo de particulares, sino del país en su conjunto, y las raíces para establecer un basamento económico tendiente a mantener en el tiempo una distribución que en 1950 llegaría al 50% para el trabajo, ÚNICA en el mundo occidental de posguerra. También hablaba de nacionalización del comercio exterior y de la tutela del Estado en materia de servicios públicos, para evitar monopolios privados como los que hoy pueden llevarse miles de millones de dólares anuales condenándonos a un servicio mediocre y a una tarifa de asalto.

Aquella Constitución fue elogiada por la Revolución Cubana, aunque no imitada en sus términos más progresistas, lo que sin duda resultó y resulta todavía una verdadera paradoja para los argentinos que se dicen izquierdistas, dado que el peronismo, en este nivel, llegó mucho más lejos que la Isla, sin ningún tipo de violencia, proscripción o censura.

La salud, que ya en manos de un ministerio encabezado por el doctor Ramón Carrillo había producido un verdadero salto de calidad inclusiva en sólo un lustro, también era pilar vital de aquella Constitución, así como la educación, que obtuvo la mayor democratización que recuerde la historia argentina en materia de alfabetización y posibilidad de acceso universitario a la capas populares, algo que no había ocurrido antes, y que no volvió a ocurrir, pese a algunos esfuerzos dispersos.

En definitiva, es larga la enumeración. Valga hoy el homenaje a sus inspiradores y redactores, especialmente el doctor ARTURO SAMPAY, una suerte de numen y guía del proyecto que vio la luz el 16 de marzo de 1949.

Esa Constitución fue derogada y pisoteada con el golpe de estado que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955, y sus verdugos (los mismos que encarcelaron, mataron, proscribieron y censuraron a mansalva) la enterraron en el fondo de los tiempos, para resucitar el esperpento liberal consagrado en 1853 como plagio abyecto de la Carta Magna de los Estados Unidos.

Con mínimos retoques en 1994, que la hicieron aun más liberal (y que mínimamente restablecieron algún artículo de interés general para el país) esa constitución con minúsculas, la de 1853, auspiciada por los vencedores de Caseros, es la que nos rige actualmente y la que nos sigue otorgando por decisión de algunos de nuestros “próceres” una condición de COLONIA que nos distinguirá hasta tanto no sea reflotada la norma fundamental votada por el congreso nacional hace 60 años.

Eran otros tiempos y era otro país. No necesitaba collar, ni cambiar de collar, porque no era perro.

PD La invitación a leer la Constitución de 1949 queda formulada, especialmente a quienes suelen descargar sus iras contra el justicialismo desde supuestas posiciones de izquierda progresista. Con algún esfuerzo se consiguen ejemplares en librerías de viejo. Y algo hay también en Internet.

Después me cuentan.

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