Podría haber sido Tigregatica, porque a él le hubiese gustado más. Pero el apelativo de Mono lo definió por las buenas y por las malas, que son las que quiero incluir en este blog. Las buenas y las malas de antes y de ahora. Las mías y las ajenas. Las de nuestro país y las del mundo. Las que nos permiten vivir y las que nos obligan a hacerlo. En Dios creo, y en algunas personas (muertas y vivas) también. No demasiadas. Pero suficientes. Todos los demás, que paguen al contado.

jueves, 11 de septiembre de 2008

SARMIENTO RACISTA

Se conmemora hoy el 120º aniversario del fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento, presidente, político, escritor, educador e injusto propietario del podio eterno entre los próceres de nuestra historia oficial, compartiendo medalla y toneladas de bronce liberal junto con Bartolomé Mitre, el padre de esa misma historia unidireccional que supimos conseguir y padecer.
Sarmiento fue un racista.
Y ese calificativo no lo niegan ni sus apologistas. Lo que hacen desde siempre es batir el parche con aquello de que “no hay que sacar de contexto histórico, geográfico y político a los hombres y a los hechos de esa misma historia”. Poco convincente, para mi gusto. Tampoco, entonces, habría que sacarlo a Hitler, quien obviamente tiene menos prensa que el autor de ese maravilloso libro que es “Facundo”. Porque Sarmiento fue un enorme escritor, de eso no hay duda. Pero fue un racista.
La innumerable bibliografía que contiene frases, escritos, discursos y artículos periodísticos donde Sarmiento dio rienda suelta a su odio ancestral hacia todo lo que fuese autóctono (la barbarie), cierto que escasamente incluída en las universidades argentinas y jamás citada en las escuelas primarias y medias, es inversamente proporcional a la difusión de la también innumerable biblioteca que trata de justificar las barbaridades que Sarmiento pronunció o llevó a la práctica en defensa de la “civilización”, esto es, nada que no fuera inglés o estadounidense, como contracara de cualquiera cosa (hombres y cosas) que surgiera del suelo donde él mismo nació, aunque nunca consideró propio, en el íntegro sentido de la palabra.
Sarmiento odió a los indios, a los negros argentinos, a los gauchos, a todo el arco latinoamericano e inclusive a los españoles, a quienes consideraba una raza inferior europea. Está en sus libros. Jamás desmintió nada. Sarmiento tenía un estilo literario y oratorio tremendo, a la altura de las diatribas hitlerianas, por contenido e intensidad. Ocurre que la historia y la geografía le jugaron en contra. O lo hicieron jugar en el patio de atrás, con la lógica decepción que ese hecho le provocó. Entonces pretendió trasladarnos al primer mundo de su época en brazos de una “educación para todos”, o sea, para todos los que desde ese momento, con guardapolvo blanco unificador, colocaran los cimientos y los pilotes de una verdadera colonia, no una colonia de cuarta categoría. Si haremos las cosas, las haremos bien, podría haber lanzado en algunos de sus encendidas proclamas de barricada inútil, a favor de los imperios y en contra de la propia sangre.
Un reciente contrapunto protagonizado en Página 12 por Osvaldo Bayer y el ministro de educación macrista Mariano Narodowski es más que ilustrativo en este asunto. Allí Bayer rescata el sesgo educador de Sarmiento, al tiempo que demuele su figura al considerarlo, como en este post, un racista hecho y derecho. La polémica con el funcionario pro-porteño surgió de la inconsulta decisión de Mauricio, consistente en considerar obligatorio para los alumnos primarios porteños, cantar el Himno a Sarmiento en todos (sí, todos) los actos escolares del año lectivo. La idea de Macri (ya puesta en práctica) no sorprende para nada. Él es hijo de la educación sarmientina. Como lo somos todos los argentinos, sólo que él (su partido, su clase social, su entorno) interpretaron perfectamente las ideas del intocable sanjuanino (el mendocino era Nicolino Locche). Lo triste es que el resto nos educamos con los mismos principios, contrarios a toda idea de Nación soberana, independiente e igualitaria. Porque si hay una contradicción suprema en la historia nacional es la coincidencia de liberales, conservadores, socialistas, radicales (y no pocos peronistas, aunque no el peronismo orgánicamente) en ejercer la defensa de la figura de Domingo Faustino, sin contraponerla automáticamente con quienes fueron sus enemigos, esa “lacra bárbara” que Sarmiento denostó, persiguió, mandó a asesinar (Peñaloza) y hasta a festejar asesinatos. Volvemos a Bayer, a Página 12 y a los libros del ex presidente.
Escribió el prócer: “Un día vendrá al fin, que lo resuelvan, y la esfinge argentina: mitad mujer, por lo cobarde, mitad tigre, por lo sanguinario, morirá a sus plantas…” Esto lo dijo por Rosas, pero obsérvese (y al diablo con el contexto) lo que Domingo pensaba de la condición femenina.
Y otra: “Hubiérase explicado el misterio de la lucha obstinada que despedaza a la República. Hubiérase asignado su parte a la configuración del terreno y a los hábitos que ella engendra: su parte a las tradiciones españolas y a la conciencia nacional, inicua, plebeya; su parte a la barbarie indígena; su parte a la civilización europea”.
Y otra (también extraída del “Facundo”): “España, esa rezagada, unida a la Europa culta por un ancho istmo y separada del África bárbara por un ancho estrecho”. He aquí también un mazazo para el África negra, que luego trasladó al terreno local cuando saludó la masacre de negros nacionales en la Guerra contra el Paraguay, esa guerra de la Triple Alianza donde los liberales como Mitre y Sarmiento siguieron las órdenes del imperio inglés para destruir al Paraguay, en ese tiempo el único país sudamericano antiimperalista y autónomo, el más adelantado en 1865 y el más progresista, tanto, que generó la inquietud irracional de las potencias europeas, que conchabaron a sus gerentes sudamericanos para llevar un (otro más) plan de exterminio.
Y una más: “Dicen que somos amigos de los europeos y traidores a la causa americana. ¡Cierto!, decimos nosotros ¡somos traidores a la causa americana, española, absolutista, bárbara ¿No han visto revolotear por ahí, sobre nuestras cabezas, la palabara ’salvaje?’”.
Y dale: “Las fusión en nuestra tierra de españoles, indígenas y negros ha resultado un todo homogéneo que se distingue por su amor a la ociosidad e incapacidad industrial, cuando la educación no viene a poner espuela (¿?)”.
Bueno, el remate podría ser su hito que trasciende los siglos: “No ahorre sangre de gaucho”. Y su mejor contribución, el haber contratado maestras de Estados Unidos para educarnos según sus normas imperialistas, que no otra cosa vinieron a hacer aquí (¿o que se creía, que vendrían a formar individuos revolucionarios?). Sarmiento es el padre de la educación argentina, como Roca es el padre del progresismo. Uno educó para la colonia y la entrega, el otro asesinó más de un millón para que fuéramos modernos. Nadie les quita esas medallas. Y acaso por eso Macri quiere reivindicar a Faustino, obligatoriamente, como manda su prosapia democrática, en las escuelas de la ciudad. En una de ellas, ubicada en el barrio de Flores Sud, y citada por Bayer en su nota, en setiembre de 2007 los alumnos de séptimo grado se negaron a cantar ese himno el Día del Maestro. El director, Enrique Samar, les pidió que fundamentaran esa decisión. Los alumnos lo hicieron y el himno no se cantó. Eso fue en la era pre-Macri. Veremos este año.
Como colofón, y a tono con el tufillo oligárquico-campestre que todavía nos invade con su vaho, vale otra historieta reciente. Unos días después de concluído el conflicto con el triunfo de los dueños de la tierra y del voto de Clotocobos, se reunieron (entre otros) en el Alvear Palace Hotel para festejar una nuevo aniversario de la fundación de la empresa azucarera Ledesma, nada menos que José Alfredo Martínez de Hoz y Luciano Miguens, con el octogenario titular del emporio jujeño: Carlos Pedro Blaquier, el mismo que consumó junto a las fuerzas armadas y de seguridad el recordado “Apagón” entre el 20 y el 27 de julio de 1976, durante el cual fueron secuestrados 400 trabajadores y delegados del ingenio, 30 de los cuales aun permanecen desaparecidos. Ellos lo hicieron: cortaron la luz con el beneplácito y la orientación de los Blaquier y consumaron una de las tropelías más aberrantes de aquel tiempo. Nosotros, mientras tanto, seguimos consumiendo el azúcar de Ledesma… Y aquí viene la relación:
En carta de lectores publicada el 20 de enero de 2001 por el diario La Nación (¿qué otro?) y con el título de “La Envidia Igualitaria”, Carlos Pedro Blaquier dice estas cosas, entre muchas más; “La propia naturaleza ha puesto en los hombres muchísimas y muy grandes desigualdades, pero los hombres mejor dotados han sido siempre minoría. Son muchos menos los que se encuentran en los sectores más altos de la escala, que los que se encuentran abajo. Pretender eliminar estas desigualdades es ir contra el orden natural de las cosas y desalentaría a los más aptos para realizar la labor creadora del progreso ¿Qué aliciente tendrían en manifestar sus talentos si recibieran el mismo trato y los mismos beneficios que los menos dotados?”
Y sigue: “Es comrpensible que por las características de la naturaleza humana, los de abajo se consideren injustamente tratados e intenten sustituir a los mejor dotados. Eso es lo que con toda razón se ha llamado “La Envidia Igualitaria”.
“Conozco demasiados argentinos que se han destacado en el exterior. Saben que si se hubiesen quedado en el país no habrían tenido la oportunidad de manifestarse como hombres excepcionales y estarían ubicados en la extensa franja de los mediocres. Hace pocos días, Domingo Cavallo dijo que nuestro presidente de la Nación (por ese tiempo Fernando de la Rúa) será el SARMIENTO del siglo XXI ¡Ojalá que tenga razón! Sarmiento trajo grandes maestros al país y creó las estructuras básicas de un buen sistema de enseñanza. Varias décadas después hicimos las cosas al revés. Hoy los resultados culturales y educativos de este cambio de rumbo están a la vista”.
Bien, la carta de Blaquier nos pone cara a cara con la Argentina racista, que no solamente anida en la alta burguesía, sino -y lamentablemente- en extensos bolsones de la clase media. Miles y miles de veces por día en nuestro país, alguien pronuncia su “negro de mierda” personal y patético. Y no habrá nadie que nos salve de ese oprobio, por más campañas callejeras de concientización que se les ocurran. El virus lo inocularon antes. Claro que el racismo es esencialmente europeo (y de ahí venimos casi todos). Claro que los estadounidenses vienen también de allí. Pero todo bien regado y sazonado con la ideología y la portentosa labia del gran Maestro, el gran civilizador, el incuestionable reproductor argentino de una patología que siempre amenaza con reventar el mundo: el racismo (y no sólo el antisemita), una adquisición que circula por muchas cabezas en nuestro país, que encarnan tanto oligarcas como muchos docentes; que saludan los Macri y los Blaquier, en fin, todos los que promueven ¡Gloria y loor, al gran Sarmiento!, como reza el himno que su hijo, señora, también entona, obligatoriamente, en cada acto de la escuela pública porteña.
Sarmiento fue un racista. Y también muchas otras cosas. Porque nobleza obliga, dijo mi amigo, el contexto.

3 comentarios:

Ester Lina dijo...

Sarmiento desarrolló una activa política educativa. Fue él quien, en 1842, fundó y dirigió en Santiago de Chile la primera Escuela Normal que se conoció en América Latina. Sarmiento sostenía que para progresar, para “salvar a los pueblos de la barbarie” la única solución era la educación. Asimismo, afirmaba que nuestro país carecía de los docentes necesarios para llevar adelante esa tarea. Por ello, propulsó la migración de maestras norteamericanas y el desarrollo de Escuelas Normales encargadas de formar a los primeros docentes. Por esta razón, se lo considera el principal impulsor del sistema educativo nacional.
Entre sus principales acciones en el ámbito educativo podemos enunciar: multiplicación del número de alumnos en las escuelas (la cifra de estudiantes pasó de 30 mil a 100 mil); creación de la primera Escuela Normal, dedicada a la formación de maestros en Paraná; promoción de la práctica de la lectura, a través de la Ley de Bibliotecas Populares, que dio lugar a la creación de 140 bibliotecas, e impulsor de la creación de escuelas en toda la nación (fueron creadas alrededor de 800 escuelas).
Fue propulsor de la educación laica y gratuita. Es por ello que la sanción de la Ley 1420 de educación obligatoria, laica y gratuita constituye un reflejo de su lucha.Le perdono lo racista... porque aún hoy existe ese prejuicio en la sociedad... y si no, fijate los modelos, son en su mayoría rubios... mientras las cárceles están llenas de negritos... y de pobres.

Anónimo dijo...

Excelente Sr., excelente, el mejor post que he leído hoy. Recuerdo que desde chico, y ya en el coro de la escuela, me reventaba cantar ese "himno" que me parecía artificioso y fatuo, una sospecha infantil de lo que después, leyendo “la otra historia”, confirmaría.
Escribió el Gran Educador Argentino:
"Estamos por dudar de que exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de españoles, traería la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie... Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que le obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contagio hay que librarse". Carta de Sarmiento a Mitre en 1872. En esa guerra exterminaron a un millón y medio de paraguayos.
Un saludo

Enrique Martín dijo...

A MONA: Yo no le perdono el racismo. Ni a él ni a nadie. Porque entonces tendríamos que hacer una excepción con Hitler (¿lo sacamos de contexto al Fuhrer?)y no la merece. Sarmiento tampoco.

A JORGEDA: Lo increíble de este discurso lleno de injusto odio y propio de un enajenado, es que además se refiere justo al Paraguay, el único país sudamericano que en 1865 era realmente autónomo de Inglaterra y que amenazaba con convertirse en una potencia. Tenía ferrocarriles (los primeros del continente), altos hornos, fábricas de vidrio y un incipiente desarrollo en todas las áreas, sin embarcarse en empréstitos. Esto prueba que Sarmiento, además de racista, era un tanto bizco, por no abundar. En la guerra de la Triple Alianza, Argentina, Brasil y Uruguay combatieron para la corona británica y le resolvieron varios "problemas" de un saque. Primero, destrozar un proyecto no colonial, y segundo, sacarse de encima una buena cantidad de soldados propios, por ejemplo, los negros argentinos, raza diezmada desde ahí para beneplácito del propio Faustino y de otros distinguidos entreguistas.